lunes, 24 de junio de 2013

Quería convencerme de que lo que me pasaba era típico pese a las abundantes pruebas en contra; como mi prima que había encontrado al amor de su vida, después de pasarse años sin confesarle a su mejor amigo que lo amaba. Estaba feliz, había querido ser su novia toda su vida, me dijo. Y me confesó que llevaba años comprando tarjetas de amor a escondidas con dedicatorias para él, metiéndolas debajo de la cama para que mi tía no las vieras. Vi la alegría en su rostro y la reconocí. Era la misma alegría que ilumina el rostro de mi amiga Do cuando habla de su novio y de comida. Y la misma alegría que había iluminado mi rostro la primera vez que comencé a recortar (y guardar debajo de la cama como mi prima) esos maravillosos lugares a los quiero viajar antes de morir. Y pensé. <Mientras seguir guardando recortes de mis países y lugares de ensueño o pensar en comida no me haga tan feliz como iniciar una relación, no puedo tener un novio>. Esta parte de mi historia les sonara muy repetida, pero yo apenas me di cuenta. Escribir es pensar dos veces, y al pensar por segunda vez esta situación me doy cuenta que “Santo Dios, aun estoy aterrada del amor” Ni caer desde lo alto de una montaña escalando me asusta más que darle una oportunidad a alguien. Mi elocuente Do me molesta diciendo <En precipicios muy altos has estado y tienes miedo de una sola cita mujer> Y pues sí. a veces estar al borde del precipicio es mucho menos complicado y doloroso, que estar con un mortal.

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