Y
los meses fueron pasando. Mi vida estaba en el limbo mientras esperaba
milagrosamente por algo que nunca vino (o
que al final se quedara). Me he sentido como un sonámbulo, quien soñolienta
abre un parpado para ver eso que considera un
suelo fiable, pero que de hecho no es más sólido que un susurro del viento.
He estado llena de una poderosa tristeza y de mucho, mucho enojo y me hubiera
encantado estallar en la comodidad de las lágrimas, pero trato de no hacerlo,
recordando que nunca debo darme una oportunidad a desmoronarme porque, si lo
hago, se convertirá en una tendencia y sucederá una y otra vez. Debo practicar mantenerme fuerte, en lugar de
estallar, y no destruir nada ni nadie.
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