viernes, 1 de marzo de 2013

Las tontas de Depresión y Soledad


Al cabo de dos malos e interminables meses la Depresión y Soledad me acechan. Tras una tarde completa tirada en el piso de mi cuarto dormida o simplemente mirando el techo me da por pensar y ponerme melancólica y es entonces cuando me acechan. Primero noto una presencia amenazadora, como la de dos detectives y después me van rodeando la Depresión a la izquierda, la Soledad a la derecha. No hace falta que se identifiquen. Llevamos años jugando al perro y al gato. -Les digo: ¿Qué es lo que hacen aquí? Depresión que va de chica más lista, me dice: ¿Es que no te alegra vernos? -Lárgate le pido. Soledad que siempre hace de poli bueno, me replica: Lo siento señorita, pero puede que la sigamos durante varios días. –Pues prefiero que no, le contesto. Entonces Depresión me cachetea. Y me saca de los bolsillos todo lo que pueda producirme algo parecido a la alegría. Mientras Soledad procede a interrogarme. Me pregunta si tengo algún motivo verdadero para estar contenta. Me pregunta por qué estoy sola esta tarde, otra tarde más. Me pregunta (aunque esto lo hemos hecho cientos de veces) por qué soy incapaz de mantener una relación, por qué las termino destrozando. Me pregunta dónde estaba la noche en que permití quebrantaran mi fe en mi misma y porque las cosas se han torcido tanto desde entonces. Me pregunta por qué soy incapaz de controlarme y porque no tengo una bonita pareja como debería tener una universitaria entrada a la veintena. Entrada la noche aun no he podido sacármelas de encima, Depresión me agarra del hombro con firmeza y Soledad sigue dándome lata con el interrogatorio. No me queda de otra que saltarme la cena. Procuro que tampoco me sigan al ir a la cama. – No tienen derecho a estar aquí le digo a Depresión. Ya he saldado mi deuda con ustedes. Cumplí mi condena meses atrás. Pero Depre me dedica esa tenebrosa sonrisa suya, se instala en mi silla, pone los pies encima de mi ordenador y enciende un cigarrillo, llenándome la casa de humo apestoso. Sin quitarme el ojo de encima Soledad suspira y se mete en mi cama vestida, con zapatos y todo, tapándose hasta el cuello. Voy a tener que compartir la cama con ella una vez más, lo sé.

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