Creía que
ya había tocado fondo, pero en aquel momento (en consonancia con el aparente desplome
del mundo) mi vida
se hizo trizas. Se me cae la cara de vergüenza al recordar el calvario al que
sometí a mi prima Karina durante esos meses. Imaginaba la sorpresa que se llevó
al descubrir que la mujer más ecuánime que había conocido era en realidad –al
quedarse sola- un turbio pozo sin fondo de sufrimiento. Igual que me había
pasado antes, no podía parar de lamentarme… Pero aquí estoy otra vez de pie y
esta vez con ayuda profesional! El último y único recurso al que no había
recurrido jamás, después de luchar por salir del fondo, fue el psicoterapeuta. Si me permiten dar mi opinión
sobre este asunto, creo que es lo último que hay que probar. En la historia de
mi familia soy la segunda mujer que acude a uno (después de mi madre) que se
planta a mitad de su vida y dice: No puedo dar un paso más, alguien tiene
que ayudarme.
En cualquier caso las mujeres de mi familia no suelen detener sus vidas aunque
la pasen mal, nadie las habría ayudado, porque nadie las podría ayudar. Pero a
ellas no se les vino el mundo abajo trescientas veces al día, no intento
restarle importancia a su dolor. Pero está claro que mamá y yo llevamos mucho
tiempo con nuestro mundo apique. El caso es que yo me quede hecha un nudo mientras mamá hacía llamadas para dar con un psicoterapeuta. Oí lo que mamá le
contaba a una de sus amigas y la oí decir: me temo que mi hija un día se
parezca a su madre (Yo también me temía
eso) es mejor que reciba ayuda, ahora que puedo evitarlo. Cuando fui con
Ricardo mi gordo y calvo psicoterapeuta, me pregunto por qué había tardado
tanto en pedir ayuda, como si no llevara
una eternidad intentando ayudarme yo sola. Le hable de que mi madre
ignoraba por lo que yo pasaba desde hace dos años, y le enumeré todas las
maneras en las que intente desesperadamente salvarme. Si tuviera un problema de
riñón, no dudaría en pedir ayuda profesional, pero con esto soy muy vacilante,
porque en mi familia cualquier problema así se valora como un síntoma evidente
de fracaso personal, ético y moral. Me fue programado una cita con Ricardo una
vez por semana, rápidamente me ha ayudado mucho, fue como si en el cerebro se
me abriese un agujero por el que me entraba la luz del sol. Además, por fin
conseguí dormir, y eso si que es una bendición, porque si no duermes, no hay
manera de salir de la zanja. Sin embargo, las citas con el psicoterapeuta no me
convencen del todo, aunque me ha ayudado mucho. Lo cierto es que Ricardo me
dijo que después de terminar con él, quizá tenga que seguir viéndolo varias
veces a lo largo de mi vida debido a mi tendencia
a la melancolía. Espero que se haya equivocado, hare cuanto esté en mi mano
para demostrar que se equivoca, y eso sí, luchare contra esta tendencia melancólica
con todas las armas que tenga a mi alcance. Que eso me convierta en una
cabezota derrotista o una cabezota con instinto de supervivencia… eso está por
ver. Pero aquí estamos.