lunes, 12 de agosto de 2013

Recuerdo una conversación que tuve hace unas semanas con una joven a la que conocí en la fiesta de cumpleaños de una prima, la joven por cortesía me pregunto dónde estaban mis padres, le dije que solo me acompañaba mi madre, y que mi padre vivía en el extranjero. Al oírlo ello murmuro unas condolencias que sonaron un poco huecas <y estúpidas> luego insinuó algo como "Tus padres son muy seguros, no todos logran mantenerse unidos pese a la distancia". Cosa a la que no supe contestar, por lo que la joven entendió la situación de mis padres y añadió antes de atacar el sándwich que tenía en su plato: -Pues mis padres llevan 18 años felizmente casados. Y sé que jamás se van a separar. ¿Qué se puede contestar ante semejante frase? ¿Felicidades por afirmar lo que aun no sabes si van a lograr o no? Es obvio que la joven veía el matrimonio con cierta ingenuidad. El juramento que se hacen el día de sus bodas es un noble intento de convencerse de que <verdaderamente> lo que Dios ha unido nadie lo puede separar. Pero, por desgracia, no es Dios todopoderoso quien hace el juramento, sino una mujer y un hombre bastante menos poderosos, que pueden traicionar la palabra que han dado. Incluso aunque la joven de la fiesta aquella estuviera totalmente segura de que sus padres jamás van a divorciarse, el tema no dependía de ella. Todos los amantes, hasta los más fieles se enfrentan al abandono contra su voluntad. Esto lo sé por experiencia, habiendo abandonado a quienes no querían que me fuera, y habiendo sido abandonada por aquellos a quienes pedí que se quedaran. Sabiéndolo no cuestionaría jamás a mis padres.

Hay un viejo refrán que dice: “Antes de ir a la guerra reza una oración. Antes de salir al mar reza dos. Antes de casarte reza tres”.
Pues mis padres se pasaron un año entero rezando, para nada.

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