Érase
una vez, dice Aristófanes, en los cielos habían dioses, en la tierra había
hombres y mujeres, pero no tenían el aspecto que tenemos nosotros hoy. Cada
persona tenía dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos, es decir la perfecta
combinación de dos personas fusionadas en un solo ser. Veníamos con tres
variaciones de género distintos: masculino/femenino, masculino/masculino y
femenino/femenino, dependiendo de los gustos de cada criatura. Como todos
llevábamos a la pareja perfecta entretejida en el organismo, todos éramos
felices. No nos faltaba nada; teníamos
todas las necesidades cubiertas, nadie
deseaba a nadie. Pero éramos tan completos que caímos en la arrogancia.
Por orgullo, menospreciamos el culto a los dioses. Entonces el todopoderoso
Zeus nos castigó cortando en dos a todos, creando un mundo de criaturas
tullidas y miserables con una sola cabeza, dos brazos y dos piernas. Zeus nos
impuso la más dolorosa de las condiciones humanas: esa sensación de constante
de que no somos completos. A partir de ese momento, todos los seres humanos nacerías
sintiéndose incompletos, porque les falta una mitad perdida que aman más que a sí
mismos y que está en alguna parte del universo encarnada en otra persona. También
naceríamos convencidos de que solo emprendiendo una búsqueda implacable llegaríamos,
quizá, a encontrar nuestra otra mitad. Sólo mediante la unión con la otra parte
lograríamos completar nuestra forma original, dejando de sentirnos solos para
siempre. Ésa es precisamente la gran fantasía
del amor: que un buen día, sin saberse muy bien como, una más uno sumarán uno. Pero
Aristófanes ya nos avisaba de que el sueño de compleción -mediante el amor- es imposible. Nuestra especie está demasiado
fracturada para llegar a enmendarse solo gracias a la unión. Nuestras otras mitades
están tan desperdigadas que encontrarlas es altamente improbable. La unión sexual
puede hacer a una persona creerse saciada y completa durante un rato (Aristófanes
daba por hecho que Zeus nos regalo el orgasmo por piedad, para que no nos sintiéramos
temporalmente unidos de nuevo y no nos muriésemos de la tristeza y desesperación),
pero a la larga, pase lo que pase, al final acabamos solos. Como no nos
quitamos de encima la sensación de abandono, nos pasamos la vida enamorándonos de
la persona equivocada, en busca de la unión perfecta. A veces creemos haber
hallado a nuestra otra mitad, pero es posible que se trate de alguien a la caza
de su otra mitad, alguien convencido
de haber encontrado en nosotros su propia compleción.
Así empieza el amor
fulminante.
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