La
vida es un continuo proceso de cambio, y experiencias transitorias, y por más
que existan decenas de miles de personas, todos compartimos el mismo deseo de
no sufrir. Desde los presidentes y multimillonarios hasta el cartero y el
jardinero, todos quieren ser felices. Obviamente la definición de felicidad
difiere mucho según la persona. Hay quienes consideran que la felicidad se
limita simplemente a sobrevivir, mientras que para otro significa tener
quinientos pares de zapatos, y para un tercero consiste en tener los brazos
tatuados como David Beckham. Hay veces incluso en que el precio de la felicidad
consiste en matar a otro ser vivo, como hacen quienes se alimentan de sopa de
aleta de tiburón, de patas de vaca o de pene de tigre. Hay quienes prefieren el
tierno cosquilleo de una pluma, mientras otros todavía continúan en la búsqueda
de su felicidad. Pero al final he llegado a creer en algo que yo llamo la
naturaleza de la felicidad, una fuerza del universo que se rige por leyes tan
reales como la ley de la gravedad, la regla de la naturaleza de la felicidad
viene a decir algo así; si tienes el valor de dejar atrás todo lo que te
protege y te consuele, lo cual puede ser desde tu casa hasta viejos rencores y
aventurarte en un camino en busca de la verdad, ya sea interior o exterior y si
estás dispuesto a que todo lo que te pase en ese recorrido te ilumine y a que todo
el que te encuentres por el camino te enseñe algo, y si estás preparado sobre
todo a enfrentar y perdonar algunas de las realidades más duras de ti mismo,
entonces la felicidad no te será negada. No puedo evitar creer en ello después
de lo que he vivido.
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