martes, 6 de mayo de 2014

Cuantas veces he deseado ser como mi madre, por sorprendente que pueda ser y pese a nuestras gigantescas diferencias irreconciliables, a veces quisiera ser como ella. Una mujer independiente, fuerte, autosuficiente. Capaz de retroalimentarse, capaz de existir sin dosis regulares de cariño ni adulación por parte de los demás. Capaz de plantar alegres margaritas entre los inexplicables muros de silencio que a veces construye a su alrededor. Lo que yo veía en mi casa de pequeña (cuando lograba pasar tiempo con mis padres) era una mujer que recibía el amor y el respeto de su esposo cuando a él le daba la gana, y un hombre que se encerraba en su peculiar universo de abandono consistente y torpe. Una madre que nunca pedía nada a nadie, una mujer que comenzó a trabajar desde muy pequeña. Desde mi punto de vista no había  nada que esa mujer no supiera hacer sola. Así lo veía yo, así era mi madre.

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