Cuantas
veces he deseado ser como mi madre, por sorprendente que pueda ser y pese a
nuestras gigantescas diferencias irreconciliables, a veces quisiera ser como ella. Una mujer independiente, fuerte,
autosuficiente. Capaz de retroalimentarse, capaz de existir sin dosis regulares
de cariño ni adulación por parte de los demás. Capaz de plantar alegres
margaritas entre los inexplicables muros de silencio que a veces construye a su
alrededor. Lo que yo veía en mi casa de pequeña (cuando lograba pasar tiempo
con mis padres) era una mujer que recibía el amor y el respeto de su esposo
cuando a él le daba la gana, y un hombre que se encerraba en su peculiar
universo de abandono consistente y torpe. Una madre que nunca pedía nada a
nadie, una mujer que comenzó a trabajar desde muy pequeña. Desde mi punto de
vista no había nada que esa mujer no
supiera hacer sola. Así lo veía yo, así era
mi madre.
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