Estoy sola; estoy completamente sola.
Estoy más sola que la luna. Una vez asimilado el
hecho, me pongo de rodillas con la frente en el suelo. Y en esta postura en
actitud suplicante, permítanme quedarme así mientras retrocedo en el tiempo,
hasta un momento en el que estaba yo exactamente igual en la misma postura: de rodillas en el suelo. En la escena de
finales de septiembre o principios de octubre o bien pudo haber sido la semana
pasada. No estaba en el suelo, sino
hecha un nudo en mi cama. Hacia frio y era como la una de la mañana, llevaba
dos semanas viviendo sola y como siete noches consecutivas escondiéndome debajo
de las sabanas y exactamente igual que en las noches anteriores –estaba
llorando. Ya no quiero continuar.
Estaba haciendo todo lo posible por no enterarme del tema, pero la verdad se me
aparecía con una insistencia cada vez mayor. Esta
vez todo fue diferente, de
verdad no quería continuar.
No quiero vivir en esta casa tan grande y fría. No quiero tener que ser fuerte.
No quiero continuar, me repetía entre sollozo y sollozo...
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