En todo caso, puede decirse que a mí me ha pasado lo mismo. He tenido que cantarme una serenata a mí misma, en la calle donde vivo, bajo la ventana de mi habitación, para convencerme de que acepto mi nueva relación. Ese ha sido el motivo de mi esfuerzo. Lo siento si parece que, al final de mi relato, estoy agarrándome a un clavo ardiendo para alcanzar alguna conclusión razonable. Es algo que necesito y no me queda más remedio que buscarlo. Desde luego he necesitado los tranquilizadores libros sobre el compromiso, de mi escritora favorita Elizabeth Gilbert. Quizá sus teorías no le sirvan a todo el mundo, no todos la necesitan de la misma forma que yo. De paso estoy he decidido darme la oportunidad en la larga y curiosísima historia del amor. Y es ahí, recordando a todas las parejas tercas de la historia, que también han aguantado este tipo de cosas absurdas y entremetimientos irritantes para lograr lo que querían realmente: un lugar privado donde aprender del amor.
martes, 21 de abril de 2015
Roma, no seas idiota esta noche!
Ciertas culturas parecen entender esa necesidad de persuasión. En algunas sociedades según leí hace poco, la tarea de convencer a una mujer de que acepte una propuesta de amor se ha convertido en una ceremonia. En Roma, en el barrio obrero del Trastévere, se mantiene la costumbre de que si un chico se quiere casar con una chica debe cantarle una serenata. La canción le sirve para pedirle la mano, cosa que sucede en plena calle, a la vista de todos. La escena siempre comienza del mismo modo. El joven llega a casa de su amada con un grupo de amigos y varias guitarras. Una vez situados, le cantan a la chica a todo pulmón, una canción con el titulo poco romántico de “Roma, nun fa’la stupida stasera” (Roma, no seas idiota esta noche). Resulta que el joven no le canta directamente a su amada, porque no se atreve. Lo que quiere de ella (su mano, su vida, su cuerpo, su alma, su devoción) es tan monumental que pedírselo directamente le da pánico. Por eso le dirige la canción a la ciudad entera de Roma, demostrando su pasión con voz tosca, ronca e insistente. Lo que pide, con todo su corazón, es que la ciudad le ayude a convencer a esta mujer de que se case. “Roma, no seas idiota esta noche! Ayúdame! Llévate las nubes para que la luna sólo se vea desde aquí! Haz brillar tus estrellas más relucientes! Sopla el viento del oeste! Embriáganos con tu aroma! Haz que aparezca primavera!”. Al sonar los primeros acordes de esta canción popular, la gente del barrio se asoma a las ventanas y así comienza la participación del público en el evento. Los hombres de las casa vecinas se asoman a los balcones, increpando a los cielos con el puño cerrado, regañando a la ciudad de Roma por no asistir más activamente al chico en su plegaria nupcial. Todos los hombres del barrio cantan: “Roma, no seas idiota esta noche! ¡Ayúdale!”. Entonces la chica –el objeto de su deseo- sale a la ventana. A ella también le corresponde cantar un verso de la canción, aunque en sus palabras hay otra intención. Cuando le toca el turno de cantar, también ella ruega a Roma que no sea idiota esta noche. También ella suplica a la ciudad que la ayude. Pero lo que quiere es algo completamente distinto. Lo que pide es fuerza para rechazar al hombre que la corteja. “Roma, no seas tan idiota esta noche”, ruega en su canción. “Cubre la luna con un velo de nubes! Oculta tus estrellas más relucientes! No soples, maldito viento del oeste! Llévate tu aroma de primavera! Ayúdame a resistir!” Entonces es cuando las mujeres del barrio se asoman a los balcones y cantan a coro con la chica: “Por favor, Roma, ayúdala!” Un duelo apasionado de voces femeninas y masculinas se alza por las calles de Roma. La escena es tan dramática que las mujeres del Trastévere parecen estar rogando por su vida. Curiosamente, los hombres están haciendo lo mismo. En el fragor del encuentro, todos parecen haber olvidado que, en última instancia, se trata de un juego. Desde el comienzo de la serenata ya se sabe cómo va a acabar la historia. Si la mujer se ha acercado a la ventana, si se ha dignado a entornar los ojos hacia el hombre que está en la calle, significa que acepta la propuesta. Al asumir la mitad del espectáculo que le corresponde, la chica está demostrando el amor que siente. Pero para demostrar que tiene orgullo (o tal vez por un miedo muy comprensible), la joven debe hacerse rogar, aunque solo sea para compartir sus dudas y temores. Va a hacer falta toda la pasión del joven enamorado, toda la belleza épica de la ciudad de Roma, todo el brillo de las estrellas, toda la seducción de la luna llena y todo el aroma del viento del oeste, para que la chica le dé el “Si”.
Dado lo que está en juego, se podría decir que toda resistencia es poca y todo espectáculo se queda corto...
sábado, 18 de abril de 2015
Así que eso fue lo que hice... Me reconcilie y deje a un lado mi recelo por las relaciones y me convencí a mi misma de darme otra oportunidad. Procuré hacerme un pequeño hueco que me resultase cómodo al lado de un joven. Claro que no fue tan fácil como ahora lo escribo. ¿Todas las mujeres están aterradas antes de darse otra oportunidad como yo? Le pregunto a mi querida amiga Madai, y ella halándome un cachete con gran tranquilidad, respondió:”Solo tienen miedo las que piensan”. Ja y me lo dice a mi pensé. En fin, el caso es que yo lo he pensado mucho. Dar el salto al noviazgo no ha sido sencillo, pero quizá no tenga por qué serlo. Tal vez sea normal que necesite convencerme para volver a ser una novia –por arduo que sea el proceso- y sobre todo porque soy una mujer independiente y porque he estado sola mucho tiempo.
lunes, 13 de abril de 2015
jueves, 2 de abril de 2015
Reconozco francamente que después de todos los años que han pasado aún tengo luchas con algunas cosas acerca de la enfermedad de mi hermano. Todavía el escuchar explicaciones simplistas y comentarios poco serios me revuelven el estomago. Sobre todo cuando me encuentro con personas que no saben reaccionar ante la terrible situación de otra, y dicen; "orare por tu familia", lo cual puede significar: "realmente ya no estoy escuchando lo que dices". Esa y las explicaciones huecas pueden ser una manera de ponerle fin a la responsabilidad de ayudar a alguien a llevar su carga. Aunque a veces casi puedo escuchar a la gente decirme: No digas eso, No pienses así, ¡Estas loca! cuando intentan "animarme", no puedo evitar querer contestarles; Si mira, ven hablarme otro momento. ¿A quién trataría yo de engañar escondiendo el enojo y el dolor de mi corazón?. Por ejemplo recuerdo el día en que tuvieron que sacarle fluido espinal a mi hermano y fue simplemente doloroso e insoportable, no solo para mi pequeño sino también para mi. Me encontraba en estado de conmoción y me puse a recorrer de un lado a otro el deposito de cadáveres, que esta al fondo del hospital. Aquel era el lugar donde pensaba que yo debería estar, rodeada por la muerte. Estaba luchando con algo más importante que la enfermedad de mi hermano, a pesar de todo lo terrible que esta era. Estaba luchando por entender lo que sucedía. Esa noche mi amigo Leon se llevó la peor parte dejándome hablar y desahogar la frustración y enojo que sentía. No me censuraba, ni tenia que preocuparme por lo que él pensara. No me dio explicaciones, ni cito las repetidas frases cliché. Me permitió hacerle frente a mi dolor.
A veces es extraño como alguien desde la distancia puede comprender mejor lo que otros estando cerca no pueden, y como el solo mero hecho de escuchar y no intentar resolverte el problema te puede dar la sensación de que no estas solo.
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