Lo cierto es que me había vuelto adicta
a él (en mi defensa debo decir que él lo había propiciado por ser una especie
de hombre fatal) La adicción es
típica en todas las historias de amor basadas en el encaprichamiento. Todo
comienza cuando el objeto de tu adoración te da uno dosis embriagadora &
alucinógena de algo que jamás te habías atrevido a admitir que necesitabas – un coctel toxico- sentimental, quizá, de un amor
estrepitoso & un entusiasmo arrebatador- Al poco tiempo empiezas a necesitar
desesperadamente esa atención, si no te dan la droga tardas poco en enfermar
& enloquecer (por no hablar del odio
a quién te ha fomentado la adicción, pero que ahora se niega a seguirte dando
eso tan bueno, aunque sabes perfectamente que lo tiene escondido en algún
sitio, maldita sea, porque antes te lo daba gratis) La fase siguiente es la
temblequera en el rincón, sabiendo que venderías el alma con tal de probar eso
una sola vez más. Mientras tanto tu ser amado te repele te mira como si jamás
te hubiera amado con una pasión fervorosa. Lo irónico del asunto es que puedes echarle
la culpa. Porque vamos mírate
bien. Eres un asquio, un ser patético casi irreconocible. & pues ya esta!
has llegado al destino final del amor caprichoso: la absoluta & despiadada devaluación del propio ser. El hecho de
poder escribir sobre ello tranquilamente el día de hoy es la prueba fehaciente
del poder del tiempo, porque no lo tomaba nada bien conforme me iba ocurriendo.
(Una experiencia que mi amiga Lara habría comparado con <sufrir un accidente
de coche espantoso todos los días durante
un año>… En fin aquello fue sencillamente demasiado! Nada que con
ayuda del tiempo no terminara.