lunes, 4 de junio de 2012

Lo cierto es que me había vuelto adicta a él (en mi defensa debo decir que él lo había propiciado por ser una especie de hombre fatal) La adicción es típica en todas las historias de amor basadas en el encaprichamiento. Todo comienza cuando el objeto de tu adoración te da uno dosis embriagadora & alucinógena de algo que jamás te habías atrevido a admitir que necesitabas – un coctel toxico- sentimental, quizá, de un amor estrepitoso & un entusiasmo arrebatador-  Al poco tiempo empiezas a necesitar desesperadamente esa atención, si no te dan la droga tardas poco en enfermar & enloquecer (por no hablar del odio a quién te ha fomentado la adicción, pero que ahora se niega a seguirte dando eso tan bueno, aunque sabes perfectamente que lo tiene escondido en algún sitio, maldita sea, porque antes te lo daba gratis) La fase siguiente es la temblequera en el rincón, sabiendo que venderías el alma con tal de probar eso una sola vez más. Mientras tanto tu ser amado te repele te mira como si jamás te hubiera amado con una pasión fervorosa. Lo irónico del asunto es que puedes echarle la culpa. Porque vamos mírate bien. Eres un asquio, un ser patético casi irreconocible. & pues ya esta! has llegado al destino final del amor caprichoso: la absoluta & despiadada devaluación del propio ser. El hecho de poder escribir sobre ello tranquilamente el día de hoy es la prueba fehaciente del poder del tiempo, porque no lo tomaba nada bien conforme me iba ocurriendo. (Una experiencia que mi amiga Lara habría comparado con <sufrir un accidente de coche espantoso todos los días durante  un año>… En fin aquello fue sencillamente demasiado! Nada que con ayuda del tiempo no terminara.