Ciertas culturas parecen entender esa necesidad de persuasión. En algunas sociedades según leí hace poco, la tarea de convencer a una mujer de que acepte una propuesta de amor se ha convertido en una ceremonia. En Roma, en el barrio obrero del Trastévere, se mantiene la costumbre de que si un chico se quiere casar con una chica debe cantarle una serenata. La canción le sirve para pedirle la mano, cosa que sucede en plena calle, a la vista de todos. La escena siempre comienza del mismo modo. El joven llega a casa de su amada con un grupo de amigos y varias guitarras. Una vez situados, le cantan a la chica a todo pulmón, una canción con el titulo poco romántico de “Roma, nun fa’la stupida stasera” (Roma, no seas idiota esta noche). Resulta que el joven no le canta directamente a su amada, porque no se atreve. Lo que quiere de ella (su mano, su vida, su cuerpo, su alma, su devoción) es tan monumental que pedírselo directamente le da pánico. Por eso le dirige la canción a la ciudad entera de Roma, demostrando su pasión con voz tosca, ronca e insistente. Lo que pide, con todo su corazón, es que la ciudad le ayude a convencer a esta mujer de que se case. “Roma, no seas idiota esta noche! Ayúdame! Llévate las nubes para que la luna sólo se vea desde aquí! Haz brillar tus estrellas más relucientes! Sopla el viento del oeste! Embriáganos con tu aroma! Haz que aparezca primavera!”. Al sonar los primeros acordes de esta canción popular, la gente del barrio se asoma a las ventanas y así comienza la participación del público en el evento. Los hombres de las casa vecinas se asoman a los balcones, increpando a los cielos con el puño cerrado, regañando a la ciudad de Roma por no asistir más activamente al chico en su plegaria nupcial. Todos los hombres del barrio cantan: “Roma, no seas idiota esta noche! ¡Ayúdale!”. Entonces la chica –el objeto de su deseo- sale a la ventana. A ella también le corresponde cantar un verso de la canción, aunque en sus palabras hay otra intención. Cuando le toca el turno de cantar, también ella ruega a Roma que no sea idiota esta noche. También ella suplica a la ciudad que la ayude. Pero lo que quiere es algo completamente distinto. Lo que pide es fuerza para rechazar al hombre que la corteja. “Roma, no seas tan idiota esta noche”, ruega en su canción. “Cubre la luna con un velo de nubes! Oculta tus estrellas más relucientes! No soples, maldito viento del oeste! Llévate tu aroma de primavera! Ayúdame a resistir!” Entonces es cuando las mujeres del barrio se asoman a los balcones y cantan a coro con la chica: “Por favor, Roma, ayúdala!” Un duelo apasionado de voces femeninas y masculinas se alza por las calles de Roma. La escena es tan dramática que las mujeres del Trastévere parecen estar rogando por su vida. Curiosamente, los hombres están haciendo lo mismo. En el fragor del encuentro, todos parecen haber olvidado que, en última instancia, se trata de un juego. Desde el comienzo de la serenata ya se sabe cómo va a acabar la historia. Si la mujer se ha acercado a la ventana, si se ha dignado a entornar los ojos hacia el hombre que está en la calle, significa que acepta la propuesta. Al asumir la mitad del espectáculo que le corresponde, la chica está demostrando el amor que siente. Pero para demostrar que tiene orgullo (o tal vez por un miedo muy comprensible), la joven debe hacerse rogar, aunque solo sea para compartir sus dudas y temores. Va a hacer falta toda la pasión del joven enamorado, toda la belleza épica de la ciudad de Roma, todo el brillo de las estrellas, toda la seducción de la luna llena y todo el aroma del viento del oeste, para que la chica le dé el “Si”.
Dado lo que está en juego, se podría decir que toda resistencia es poca y todo espectáculo se queda corto...